Cuando llegas a la isla noruega de Bastoy no imaginas que estás entrando en realidad en una prisión. Los presos toman el sol, montan en bicicleta y cuidan las plantas en un recinto de mínima seguridad. Tan mínima que no hay sombra de rejas por ninguna parte.

En una isla de apenas dos kilómetros cuadrados llena de pequeñas casitas de madera, para llegar a la isla hay que coger un pequeño barco con una larga lista de espera. Hay muchos presos que quieren ser admitidos.

 

Pero aunque a simple vista parezca más un campamento de verano o un sanatorio mental muy avanzado, Bastoy es una cárcel en la que viven ni más ni menos que 115 hombres acusados de delitos como robo con violencia, violaciones e incluso asesinatos. Todos ellos deben reunir unas condiciones básicas: haber cumplido la mayor parte de su condena y demostrar que están trabajando duro en su reinserción.

Una vez dentro de la isla, los prisioneros comparten las casitas de madera que parecen las cabañas de unas vacaciones idílicas.

Durante el día cumplen turnos trabajando por los que reciben unos 8 euros y 24 euros en el fin de semana. Se dedican a cuidar de vacas y caballos, criar aves y trabajar en la jardinería.

También tienen derecho a estudiar, llamar a sus familiares en unas cabinas telefónicas, escuchar música y recibir visitas completamente a solas. Viendo las libertades de las que gozan, es difícil creer que Bastoy sea una cárcel. Pero no hay duda de que lo es, solo que no es una como nos las solemos imaginar.

No tiene nada que ver con las prisiones infrahumanas de otras partes del mundo donde celdas de menos de 5 metros cuadrados comprimen la humanidad de los encarcelados. Todo por una sencilla razón: en Noruega no creen que unas condiciones despiadadas conseguirán reformar a los delincuentes.

"Es realmente muy simple: trata a las personas como basura y serán basura. Tratalos como seres humanos y van a actuar como seres humanos", declaró el director de la prisión, Tom Eberhardt.

Cuando los presos consiguen la libertad, su incorporación a la sociedad es completa. "En Noruega, cuando estás en libertad, eres libre. No es un gran estigma. Un tipo que conozco pasó 18 años en prisión y ahora está viviendo en mi vecindario. A nadie le importa", justifica el director.

El sistema noruego cree más en la rehabilitación que en el castigo. Se considera que privar de libertad a una persona ya es suficiente castigo. La tortura o la violencia sistemática por parte de la prisión no convertirá al preso en un mejor ciudadano.

Por el momento, parece que su sistema está funcionando. El 84% de los que han pasado por la isla no vuelven jamás a violar la ley. Según datos del instituto noruego de criminología, la tasa de reincidencia es del 16%. En Europa el promedio se sitúa en el 70/75% y en EEUU bordea el 80%.

Son estadísticas reveladoras de una sociedad que trata a los delincuentes no como parias, sino como ciudadanos a punto de ser enmendados.


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