Una amplia base de conocimientos nos ayuda a darnos cuenta de las ocasiones en las que estamos despistados.
En las primeras horas del 20 de abril de 1995, la policía llamó a la puerta de McArthur Wheeler y lo arrestó por robar dos bancos en Pittsburgh el día anterior. El Sr. Wheeler difícilmente pudiera haberse sorprendido de que la policía lo identificara: sin llevar máscara o disfraz alguno, él había entrado sin prisa a los bancos durante las horas de oficina, pistola en mano, a la vista de las cámaras de seguridad. Sin embargo, estaba sorprendido, declarando en protesta: “¡Pero yo me unté el jugo!”. El Sr. Wheeler se había formado la errónea creencia de que el jugo de limón volvía a la gente invisible en los vídeos.
El Sr. Wheeler es ahora una leyenda en el mundo de la psicología, ya que fue su lamentable aventura la que inspiró a dos psicólogos, David Dunning y Justin Kruger, a averiguar si tenemos un buen juicio de nuestras propias fortalezas y debilidades. Los Sres. Dunning y Kruger presentaron pruebas de gramática, lógica y de hasta tener un sentido del humor a un grupo de estudiantes universitarios. Posteriormente les preguntaron cómo se comparaban a sí mismos con los demás miembros del grupo. Su comprensión de lógica y de gramática, ¿era mejor o peor que la media? ¿Eran más capaces que otros estudiantes de distinguir chistes graciosos de los que no lo eran?
La mayoría de los estudiantes pensaron que eran lógicos, gramáticos e ingeniosos por encima de la media, pero el efecto Dunning-Kruger no es un mero exceso de confianza. Las personas competentes que participaron en el estudio tenían una comprensión razonable de dónde se encontraban en el orden jerárquico. Los incompetentes permanecían felizmente ignorantes de su incompetencia. Los buenos estudiantes sabían que eran buenos; los malos estudiantes no tenían ni idea de que eran malos.
El problema fundamental es que una persona que trata de diagnosticar su propia incompetencia, casi invariablemente, carece de las habilidades necesarias para hacer este diagnóstico. No saber mucho de gramática significa que no se está en posición de diagnosticar la propia ignorancia de la gramática.
Pero por supuesto que existe una cura para la maldición de Dunning-Kruger: pedir consejos o críticas. Sobre la cuestión de si el jugo de limón es una poción de invisibilidad, McArthur Wheeler se pudiera haber beneficiado de una segunda opinión. Solicitarla, por desgracia, habría requerido que él dudara de su propio razonamiento acerca del asunto y que identificara un asesor lo suficientemente brillante. Y todos nosotros — particularmente las personas de alto estatus — enfrentamos el problema de que, cuando estamos extremadamente equivocados, nuestros amigos y colegas a menudo son demasiado educados para decírnoslo. Aun así: dos cabezas piensan mejor que una.
En un nuevo libro, Head in the Cloud (Cabeza en la nube), William Poundstone argumenta a favor de una nueva defensa para evitar las catástrofes de Dunning-Kruger: la cultura general. El Sr. Poundstone cree que una amplia base de conocimientos nos ayuda a darnos cuenta de las ocasiones en las que estamos despistados; si sabemos un poco sobre un montón de temas, tenemos más oportunidades de detenernos a nosotros mismos en medio de un momento Dunning-Kruger.
La propia investigación del Sr. Poundstone indica que existe una correlación entre el ingreso y el conocimiento general; una correlación que va más allá de lo que pudiera esperarse de los niveles de educación. Una de las numerosas explicaciones plausibles es la siguiente: las personas con una buena comprensión de la cultura general amplia son personas que le están prestando atención al mundo.
Esto es algo extremadamente especulativo, pero invita a la reflexión. El Sr. Poundstone está yendo contra la corriente: la moda educativa, así como el sentido común, sugieren que en la era de los teléfonos inteligentes es mejor concentrarse en el pensamiento crítico que en la memorización. Sin embargo, puede que tenga razón: cualquier hecho en particular se puede buscar, pero sin una base de conocimientos ¿cómo se sabe por dónde empezar?
Recientemente, la psicóloga Sarah Tauber y cuatro colegas investigadores plantearon una larga serie de preguntas de cultura general a cientos de jóvenes (la edad promedio era de 20 años). El rendimiento fue desilusionante. Menos de la mitad de los sujetos sabía de qué país era Bagdad la capital, o lo que era el objeto parecido a una lanza que se tiraba en las competencias de atletismo. Y sólo el 43 por ciento sabía que la “araña peluda que vive cerca de las bananas” era una tarántula.
En cuanto a las preguntas más difíciles con respecto a la cultura general, el rendimiento fue sorprendentemente malo. ¿Cuál es el nombre de la novia de Flash Gordon; o el del autor de Los hermanos Karamazov; o el del primer hombre en correr una milla en cuatro minutos; o el nombre de la cordillera que separa a Europa de Asia? De cientos de participantes, nadie supo. Nadie. Hubo 50 preguntas como éstas, preguntas a las que ni una sola persona pudo siquiera ofrecer una conjetura adecuada. Y estos individuos de 20 años de edad eran estudiantes universitarios, por lo cual presuntamente deberían haber sido razonablemente inteligentes y presumiblemente bien educados.
No es que los jóvenes de hoy sean estúpidos. Ellos conforman la generación más preparada de la historia, y su inteligencia es superior, al menos según las pruebas de coeficiente intelectual. Es sólo que hay mucho que no saben, y (según Dunning-Kruger) mucho que no saben que no saben. No estoy seguro de que esto sea un problema, pero pudiera serlo. Tal y como lo señala el Sr. Poundstone, una cosa que no se puede buscar en Google es lo debieras estar buscando en Google.
Por Tim Harford (c) 2016 The Financial Times Ltd. All rights reserved