Bocinas, sirenas, obras en construcción, zumbido de aviones, restaurantes donde hay que gritar para hacerse escuchar: Nueva York es una de las ciudades más ruidosas del mundo, pero quiere cambiar.
Pregunte a cualquier neoyorquino: todos mencionan la contaminación sonora como una de las marcas de fábrica de “la ciudad que nunca duerme”. “En 19 años en Nueva York a veces tengo la impresión de vivir en una cancha de fútbol”, dice Gregory Orr, un cineasta originario de Los Ángeles que vive desde hace años en el corazón del animado barrio de Greenwich Village.
“¡Hasta las ardillas chillan más fuerte aquí para hacerse escuchar por encima del bochinche!”, bromea. Pero aunque muchos se acostumbran a este exceso de decibeles, la mayor ciudad estadounidense se lanzó en un proyecto inédito dirigido por Juan Bello, un profesor de tecnología musical en la Universidad de Nueva York (NYU) de origen venezolano: registrar todo el abanico de sonidos de la ciudad y sus 8.5 millones de habitantes, y luego analizarlos para poder reducirlos.
Este experimento es por un lado científico, porque las técnicas utilizadas son las del aprendizaje automático de máquinas -una de las áreas de investigación de la inteligencia artificial-, y participativo por otro, ya que los neoyorquinos y la alcaldía son llamados a contribuir. Los millares de sonidos serán inventariados y cuidadosamente registrados con la ayuda de los habitantes para permitir a los computadores identificar inmediatamente la fuente de un problema sonoro. Luego corresponderá a la ciudad hacer lo necesario para resolverlo.