Por Cándida Figuereo
El gran valor de la humildad consiste en que no tiene precio, no se puede comprar porque es una cualidad muy personal en quien la posee. No se presta ni se alquila porque es una condición natural de quien tiene ese privilegio. Además embellece a las personas al extremo de que les eleva a la más alta distinción.
El madrileño Miguel de Cervantes, ausente del planeta tierra desde hace 401 años, dice en el famoso Coloquio de los perros que: “La humildad es la base y fundamento de todas las virtudes, y sin ella no hay alguna que lo sea.”
Cervantes sustentaba que la modestia y la discreción mejoran las demás virtudes y enriquece la personalidad.
Lo anterior consiste en aceptarnos con nuestras habilidades y defectos sin necesidad de vanagloriarse por eso. Es bien sabido que la humildad es contraria a la soberbia, la primera engrandece, la segunda disminuye y saca flote el lado oscuro que puede llevar al fracaso.
Como humanos tenemos debilidades y defectos. Empero, una persona humilde no es pretenciosa, interesada ni egoísta. La humildad engrandece, la soberbia aplasta. En el transcurso de la historia el ser humano ha vivido en paz y en zozobra. La actitud es muy importante para que la vida sea llevadera como Dios manda.
No dañar a los demás, el respeto mutuo es lo que entabla lo que realmente somos. No desee para los demás lo que no quieras para usted. La vida es breve y hermosa, tránsito en el que debe prevalecer el respeto mutuo.
En un vecindario o país puede haber personas de diversos grupos políticos, sociales o religiosos. Todos, empero, pueden sobrellevarse mediante el respeto mutuo que nos enseñan desde pequeño.
La humildad no va en consonancia con la envidia o lo mal hecho. La persona humilde tiene tras de sí una crianza sopesada en la que usualmente han intervenido el papá y la mamá, principalmente la madre que suele estar más pendiente.
En fin, es una enseñanza hogareña que “no tiene valor tangible” pero que permite medir en cualquier escenario la diferencia en la crianza bien llevada y en la camuflada. Esto permite que siempre llevemos a nuestros padres, estén presentes o ausentes, en lo más profundo de nuestro corazón por su interés en la valía de la humildad. Humildad que no es pobreza y, por tanto, eleva a lo infinito.