Una andanada de conjeturas y especulaciones sobre el futuro político de Leonel Fernández ha vuelto a poner en la palestra al expresidente de 62 años de edad. ¿Que si Fernández está siendo devorado por Danilo Medina? ¿Qué si ha tirado la toalla? ¿Qué si se ha transformado en un diletante de la política? ¿Que si es “el principio del fin” del líder más carismático del PLD después de Juan Bosch? Son parte de las interrogantes que sus enemigos púbicos y “solapados” han lanzado al ruedo de la opinión pública.
Esos analistas venden la hipótesis de que el PLD se enfrenta a una “conspiración” de su Comité Político que subordina al interés de Danilo Medina la toma de decisiones y que en un escenario así Leonel Fernández se encuentra en evidente desventaja.
Buscan afanosamente posicionar la idea de que la lógica de la vida institucional del partido oficial se desarrolla en una lucha entre buenos y malos, mejores y peores, derrotados y vencedores.
Quienes así razonan buscan hundirle un clavo caliente en el cogote al presidente del PLD para debilitar su tenacidad y su liderazgo, y así dar paso a una confrontación interna que lleve a esa organización al camino de la salida del poder en el 2020.
La buena noticia es que tanto Leonel como Danilo saben que quienes tienen sobre sus hombros el futuro de un partido deben tomar decisiones consensuadas, puesto que sin uno y sin otro, el PLD deja de ser la organización formidable que ha ganado consecutivamente más de media docena de elecciones, por lo cual están obligados a “cohabitar” políticamente.
Por esa razón, Leonel, en vez de confrontar, ha elegido el camino del diálogo, a sabiendas de que todos los partidos para garantizar su futuro necesitan un liderazgo fuerte, paciente y dialogante.
Leonel ha rehusado dejarse atrapar por el virus del populismo beligerante, por eso ha preferido pactar con Danilo la reelección, la modernización del PLD y los espacios de poder en el Congreso.
No ha dado un golpe de mano, ni ha entrado en un sinuoso juego de pequeños jugadores de póker que buscan sorprender al otro con sus “malas artes”. Ha decido emprender “un nuevo inicio” para propiciar la institucionalidad del PLD, poner en práctica las resoluciones del Congreso Norge Botello y hacer aprobar los reglamentos internos y la ley de partidos.
Fernández sabe que los desacuerdos son más cómodos que los acuerdos, puesto que mientras más polarizado está un partido, menos concesiones hay que hacer. Pero también entiende que sin la cohabitación y el consenso no se pueden producir las transformaciones institucionales y sociales que demandan el PLD y la sociedad dominicana.
Leonel tenía dos opciones: pactaba con Danilo o abría el camino de la incertidumbre que llevaríaal PLD al desierto, como Moisés, para purgar los pecados del clientelismo y el grupismo que le arropan.
En esta coyuntura, a Leonel hay que valorarlo no por sus ideas ni por sus posiciones, sino por sus compromisos, por sus sacrificios, por lo que ha estado dispuesto a aceptar como segunda mejor opción para así asegurar la unidad de su partido.
Ser fiel a los propios principios es una conducta admirable en un político. Pero defenderlos con irracionalidad e inflexibilidad es condenar un proyecto político al ostracismo. Si no piénsese en el gran líder de la izquierda Andrés Manuel López Obrador, arrinconado en un pequeño partido luego de haber ganado prácticamente las elecciones a Rafael Calderón, por su decisión de abandonar el PRD mexicano.
Ya el PLD no es la organización que lideró Juan Bosch hasta 1994, es un partido con vocación de poder, en cuyo vértice superior se encuentra una élite dirigente que tiene sus propios intereses. Es en ese PLD en el que habrá que aprender a sobrevivir en profundo desacuerdo, pero preservando un “Pacto Partidario”.
Leonel Fernández apuesta a un “juego de tronos” en el que lo equitativo sería que arrime su hombro para que Danilo Medina gobierne el próximo cuatrienio con sosiego. Mientras, Danilo debería asumir el compromiso de apoyar a Leonel para que dirija y modernice el partido.
Esa fue la “fórmula de oro” que mantuvo cohesionado al PLD en el primer gobierno de Leonel (1996-2000). Leonel estaba en el Palacio Nacional y Danilo en el partido.
Para ser exitosa, la política contemporánea necesita poner en una balanza el acuerdo y el desacuerdo, la confianza y la desconfianza, la cooperación y la competencia, el cinismo y la realidad, los principios y las circunstancias…
Por lo demás, los acólitos y seguidores de Leonel no deben precipitarse. Leonel es al mismo tiempo un intelectual dueño de sus ideas, que un hombre que sabe coherenciar sus acciones.
A sus 62 años tiene un futuro luminoso. Joaquín Balaguer, cuando retornó al poder en 1966, tenía 60 años. Y Juan Bosch, al momento que emprendió “un nuevo inicia” con la formación del PLD en 1973, contada ya 64 años.