Muchos piensan que la peor amenaza terrorista que enfrenta la sociedad civilizada de hoy es el extremismo yihadista del Estado Islámico. Otros temen que éste podría ser desplazado en poco tiempo por el que se incuba en los laboratorios racistas de la supremacía blanca. Están equivocados, totalmente equivocados. Ninguno de los anteriores le da por los tobillos al creciente y amenazante terrorismo chino.



Desde hace años, China ha venido ejecutando una estrategia muy peligrosa para adueñarse del mundo. Sólo hay que analizar la nacionalidad de los que están comprando las propiedades inmobiliarias más caras en los Estados Unidos. Y quiénes son los principales prestamistas del gobierno norteamericano.

Su objetivo es dominar la economía mundial. La primera etapa de la estrategia fue el uso de su exceso de mano de mano obra para convertir a China en el centro mundial de manufacturas. La segunda etapa ha ido la copia de las tecnologías norteamericana y europea. Los frutos de la tercera, que comenzó a ejecutarse casi simultáneamente con la segunda, comenzarán a cosecharse en el futuro cercano. ¿Cuál es la tercera? La formación de decenas de millones de chinos en las áreas del conocimiento de donde emana el cambio tecnológico y la innovación.

Las familias chinas, con o sin el apoyo de su gobierno, han logrado impregnarles a sus hijos, desde chiquiticos, una asombrosa vocación por el estudio, específicamente, el conocimiento de las matemáticas. Desde muy pequeños, a sabiendas que los espacios en las mejores universidades chinas son limitados, son arduamente entrenados para convertirlos en los mejores. Saben que el ingreso a las mejores universidades chinas aumenta considerablemente las probabilidades de éxito en la vida. Su disciplina emula la de los legendarios samuráis japoneses, sólo que las espadas han sido sustituidas por libros y laptops.

Han logrado conformar una perfecta división del trabajo en la empresa educativa familiar. Los padres, en especial las madres chinas, a quienes los occidentales denominan “tiger moms” por criar a sus hijos bajo reglas estrictas, disciplina férrea y amor duro, llevan la voz cantante en la dirección y supervisión de la educación sus hijos. La jornada, que comienza muy temprano en la mañana, termina generalmente a las 9 ó 10 de la noche, cuando los abuelos, integrados también en el proceso, regresan a sus nietos a la casa luego de haber concluido las 4 horas diarias en salas de tarea. ¿Televisión? Si las notas son sobresalientes, media hora antes de dormir y una los sábados.

Está prohibido perder el tiempo en un país donde sólo los mejores lograrán entrar a los espacios limitados de las universidades. ¿A estudiar artes liberales, sicología, ciencias políticas, historia, actuación, artes visuales o estudios multidisciplinarios?

No. El 40% de los estudiantes universitarios chinos están matriculados en las carreras de ingeniería, tecnología y ciencias puras: matemáticas, física y química.

¿Porqué? Porque han comprendido que es allí donde se concibe el cambio tecnológico que conducirá al creciente progreso humano. No es que aspiren a ser canonizados como santos o decretados como patriotas. Saben que los cambios tecnológicos y descubrimientos que realicen, terminarán siendo patentizados, dando lugar a un flujo considerable de ingresos para ellos y su descendencia.

El problema que enfrentamos se ha complicado más. No sólo los chinos están obsesionados con la educación en ingeniería, tecnología y ciencias. En Corea del Sur, el país del mundo de mayor proporción poblacional con grado universitario -65 de cada 100 personas de 24-34 años tiene un grado universitario-, uno de cada cuatro de sus estudiantes universitarios están matriculados en las escuelas de ingeniería. Cuarenta y cinco de cada 100 de los estudiantes universitarios singapurenses están matriculados en ciencias de la ingeniería, información tecnológica y ciencias puras. Los indios, que son muchísimos, están en lo mismo: 34 de cada 100 de sus estudiantes universitarios están matriculados en ingeniería, tecnología y ciencias.

Lo más preocupante es que una gran parte de los que no logran ingresar a las mejores universidades chinas, muchas veces apoyados en becas concedidas por el Gobierno chino, solicitan admisión a las mejores universidades de Estados Unidos y Europa. A los departamentos de admisión de las Ivy League y las mejores universidades norteamericanas, les resulta cada vez más difícil seleccionar entre la multitud de estudiantes chinos, tanto a nivel de “undergraduate” como de “graduate”, que solicitan admisión con “scores” perfectos en el nuevo SAT (1600), el ACT (36) o el GRE (170). Y es que la presión de las “tiger moms” para que sus hijos obtengan la máxima puntuación en esos test de aptitud, es enorme. Los vienen preparando desde pequeños para “romper” esas pruebas. No es por casualidad que en los tests de matemáticas de PISA del 2013, Shangai (China), Singapur, Hong Kong (China), Taiwán, Corea del Sur y Macao (China), ocuparon, en ese orden, las seis posiciones cimeras.

La verdad es que los chinos, indios y coreanos nos la están poniendo en China. El estrés que los chinos y los demás asiáticos están generando a los dominicanos y al resto de los latinoamericanos es inaceptable. ¿Cómo puede pretenderse que el 40% de los estudiantes matriculados en nuestras universidades lo estén en las escuelas de ingeniería, tecnología y ciencia? ¿Se imaginan? ¿En un país en el cual desde chiquitos hemos venimos escuchando que las matemáticas son el “cuco”?

Actualmente cerca del 13.7% los estudiantes universitarios dominicanos están matriculados en las escuelas de ingeniería, tecnología y ciencias puras, por debajo del 17.3% que alcanzamos en el 2009.

En la región sólo Chile (31.5%), México (27.7%), Colombia (22.0%) y Perú (20.7%), países que parecen mirar más hacia el Pacífico, exhiben una población universitaria cada vez más orientada a las carreras que dan origen al cambio tecnológico y la innovación.

El resto, conformado por El Salvador (17.7%), Guatemala (13.2%), Argentina (11.3%), Uruguay (11.1%), Costa Rica (9.9%), y Nicaragua (8.5%), se parece más a nosotros. Nos atrae más la administración, la contabilidad, el mercadeo, la sicología, el derecho, la comunicación social, la educación y la medicina. Nos encanta todo lo que no huela a matemáticas.

Los asiáticos nos están complicando la vida, esa es la pura verdad. Eso, definitivamente, hay que enfrentarlo. Debemos buscar un aliado poderoso que nos ayude a detenerlos. El mejor candidato, aunque los argentinos y uruguayos se rasguen las vestiduras, es Estados Unidos.

Los jóvenes norteamericanos, al igual que la mayoría de los latinoamericanos, no están en eso de echar el pleito con las matemáticas, la tecnología y las ciencias.

Un 18.9% estudia negocios, administración y mercadeo; 13.4% salud; 6.1% educación; 5.5% artes visuales y actuación; 5.3% sicología; y 4.5% servicios de protección y seguridad. ¿Ingenierías, tecnología y ciencias? Apenas el 11%.
Es cierto que a nivel de estudios graduados, el 42% está enrolado en los programas de maestría y doctorados de ingeniería, ciencias puras y ciencias de la computación. Pero una buena parte de esos son asiáticos o de descendencia asiática que estudian en las universidades norteamericanas.

De los 1,194,780 estudiantes extranjeros que estaban matriculados en Noviembre del 2015 en las universidades norteamericanas, 622,741 provenían de China, India y Corea del Sur. De los chinos-indios-coreanos estudiando en los EUA, los enrolados en STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics) ascendían a 301,437, para un 49% del total. El 84% de los indios en las universidades norteamericanas están enrolados en STEM. Si sacamos al “PLD” de Silicon Valley, es decir, a los chinos amarillos y los indios morados, la capacidad innovadora “norteamericana” colapsaría.

Como vemos, Estados Unidos es el aliado ideal para detener a los chinos y sus primos. El Donald es nuestro hombre. Un triunfo de Trump sería fundamental para lanzar el ataque contra el terrorismo chino. Más aún si se tiene en cuenta que en reiteradas ocasiones el candidato republicano ha dicho, que “China is killing the U.S. on trade” y que “we can’t continue to allow China to rape our country”. ¿Millones de “tiger moms” chinas violando a cientos de miles de “white supremacists” norteamericanos?

Hay que prohibir que los asiáticos vayan a estudiar a los programas de STEM en Estados Unidos. Incluso, Estados Unidos debería amenazar a China con no honrar el pago de los bonos estadounidenses en manos del Tesoro chino, si ese país no establece controles estrictos para limitar el número de chinos que ingresan a estudiar ingeniería, ciencias puras y ciencia de la computación en las universidades chinas.

Los norteamericanos y una gran parte de los latinoamericanos tenemos derecho a seguir viviendo sin el estrés que provoca entrenar a nuestros hijos y nietos, desde pequeños, en el complicado mundo de las matemáticas, la física y la química para que se orienten luego hacia las carreras de ingeniería, ciencias puras y ciencias de la computación. Queremos seguir estudiando sicología, mercadeo, ciencias políticas, derecho, comunicación social, educación, y ¿por qué no?, actuación, una profesión con muchísimo futuro en un país que fomenta la cinematografía con los mayores incentivos tributarios del Planeta.

Los aliados debemos, finalmente, combatir las células terroristas que los chinos han logrado infiltrar en nuestras geografías, incluso en la misma capital norteamericana, como la que encabeza el terrorista Thomas Massie, miembro de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, graduado del MIT en ingeniería eléctrica (B.S.) e ingeniería mecánica (M.S.), un desfachatado que al preguntársele si nuestros hijos y nietos vivirán mejor que nosotros, de manera descarada responde: “Sí, pero esto no se va a deber a los políticos, sino a los ingenieros”. ¡Tráncalo Trump!

Al ritmo que van las cosas, en 100 años seremos países con lindas playas, con muchas historias y anécdotas que contar. Pero no será en estas geografías donde se estará creando la riqueza a la que se refería Adam Smith hace 240 años. ¿En Cuba? No lo descarten. 

 


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