PUERTO PRÍNCIPE.- La silenciosa labor que realizan las Hermanas de la Caridad en favor de los ancianos y los niños en Haití, uno de los rincones más olvidados del planeta, tiene su recompensa: la gratitud del pueblo haitiano.
En la zona de La Plaine, a las afueras de Puerto Príncipe, cinco hermanas de la Caridad, dos españolas, una haitiana y una polaca, atienden un dispensario médico y un centro de día para ancianos, que supone la única ayuda para muchos de sus vecinos.
En un barrio, como muchos otros en la capital haitiana, en el que la mayoría de las casas no tienen luz ni agua, en el que las calles no están asfaltadas y hay montañas de basura por todas partes, el desayuno y la comida que brindan las religiosas en el centro de día son la única alimentación que reciben algunos de los vecinos.
“En Haití, la gente pasa hambre de verdad”, explica a Efe la valenciana Natalia Martínez de Pablo, que a sus 72 años y con una “salud de hierro” es la mayor de las hermanas de esta congregación en este país caribeño, al que llegó hace 27 años, después de pasar por Suiza y Tailandia.
“Por lo menos, aquí comen y se llevan un poquito de comida para la noche, porque no tienen nada. Es gente que está totalmente abandonada”, se lamenta.
Para ilustrar las miserables condiciones de vida en la que viven la mitad de los 10 millones de haitianos, cuya situación se ha agravado aún más en las últimas semanas debido a la tensión política y social por las violentas manifestaciones contra el Gobierno, la religiosa cuenta que una señora le contó que tenía tanta hambre que se llegó a comer todas las pastillas que le habían recetado para calmar el estómago.
Haití es escenario de violentas protestas desde el 7 de febrero, fecha del segundo aniversario de la llegada al poder del presidente Jovenel Moise, en medio de una severa crisis económica, que se agravó este año por una fuerte depreciación del gourde, la moneda oficial, y una inflación galopante.
En estas últimas semanas, “la gente no tenía qué comer porque no podía salir a vender lo poco que tenía”, explica a Efe, la madrileña Mónica de Juan, responsable de la misión “La Milagrosa”, donde está ubicado el centro de día, al que acuden 50 ancianos cada día, algunos de ellos con problemas psiquiátricos, y el dispensario médico, en el que trabajan 5 médicos, que atienden diariamente a unas 300 personas.
Aunque durante esos días estos centros no cerraron sus puertas, todo el mundo se quedó en sus casas debido al miedo a las barricadas, a los saqueos y a las violentas manifestaciones, que han causado al menos 9 muertos.
Las religiosas aseguran que no tienen miedo aunque recuerdan que hace unos años el centro sufrió un asalto y golpearon a varias de las hermanas.
“A nosotras nos respetan. Saben que en las comunidades religiosas, sobre todo femeninas, estamos para ellos. Si tenemos algo es para ellos”, asegura la hermana Mónica, que lleva 8 años en Haití.
Cada 15 días, las religiosas, que también atienden urgencias médicas los fines de semana, visitan a los enfermos en sus casas.
Uno de ellos es Ernst, de 46 años y voluntario del centro de día, quien el pasado noviembre se cayó y se rompió el fémur por dos partes.
A Ernst tardaron en operarlo 15 días, ya que debido a los bloqueos de carreteras y manifestaciones, que también se registraron en esas fechas, el hospital al que fue trasladado no disponía del material para la operación.
Ahora Ernst ya se está recuperando y sale, de vez en cuando, de su minúscula vivienda construida de hojalata y con el techo agujereado, a caminar con la ayuda de un andador por las polvorientas calles de su barrio.
En los últimos días, el país ha recuperado una relativa normalidad, y este sábado, a las puertas del centro de las Hermanas de la Caridad, había varios vendedores de fruta, verdura y carne.
Una de las vendedoras es André, a quien hace dos meses la hermana Mónica tuvo que darle varios puntos en la mano después de que se cortara con el machete con el que trocea el pollo que vende en su puesto en el mercado.
Al igual que todos los vendedores del mercado, André saluda cariñosamente a las religiosas y dice a Efe que la única ayuda que ellos tienen es la de las “Hermanas de la Caridad y la de Dios”.
Mientras caminan por las calles de esta zona en la que los vecinos consiguen el agua de varios pozos públicos, las hermanas se cruzan con un par de niños que les muestran orgullosos sus nuevos juguetes: dos automóviles que ellos mismos han construido con botellas de plástico.
A pesar de la grave situación que vive este país caribeño, la hermana Natalia se lamenta de que “Haití no es noticia nunca”, solo cuando hay graves catástrofes como la del terremoto de 2010, en la que murieron unas 300.000 personas, hay un “poco de tiempo mucho ruido pero después ya nada”.
Para la hermana Mónica, el problema de Haití es que llegan “ayudas en momentos puntuales” en lugar de dar otro tipo de asistencia que “ayude al país a salir adelante”.
Sin perder la sonrisa, las hermanas recuerdan que fueron las primeras, antes de que llegaran las ONG, en ir a ayudar a los enfermos del brote de cólera, que se desencadenó en 2010 y que se ha cobrado más de 9.000 vidas debido al vertido de aguas fecales del contingente nepalí de la Minustah a un río de Mirabalais, en el centro del país, y explican que son felices haciendo lo que hacen.
“Es una suerte poder estar aquí a pesar de todas las dificultades”, dice la hermana Mónica, mientras que la hermana Natalia asegura “que no se cambia por nadie”.
“Solamente la gratitud de la gente. Ver que tu pequeña ayuda es tan útil, que eso ya merece la pena”, concluye la hermana Mónica.