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Disminuir la venta de gaseosas produce cinturas más delgadas

Anahad O’Connor

The New York Times

En años recientes, hospitales y centros médicos en todo Estados Unidos han dejado de vender bebidas azucaradas como parte de un esfuerzo para reducir la obesidad y la diabetes.

Ahora, un nuevo estudio realizado en la Universidad de California, campus San Francisco (UCSF), ha documentado el efecto en la salud de la prohibición de venta de refrescos a sus empleados. Diez meses después de que la medida se implementó, los trabajadores de la institución que solían beber muchas bebidas azucaradas habían disminuido su consumo diario a la mitad.

Para el final del periodo de estudio, en promedio, habían reducido el tamaño de su cintura y su cantidad de grasa estomacal, aunque no vieron cambios en su índice de masa corporal, o IMC. Quienes tomaron menos bebidas azucaradas también registraron mejoras en la resistencia a la insulina, un factor de riesgo para la diabetes tipo dos.

 

La nueva investigación, publicada en JAMA Internal Medicine, es el primer estudio con revisores externos que examina si una prohibición de venta de bebidas azucaradas en el lugar de trabajo podría reducir su consumo y mejorar la salud de los empleados. Por lo menos otros nueve campus de la Universidad de California han anunciado que adoptarán iniciativas similares para disminuir la venta de bebidas azucaradas y promover el consumo de agua.

“Esta fue una intervención que fue fácil de poner en marcha”, dijo Elissa Epel, una autora del estudio y directora del Centro de Envejecimiento, Metabolismo y Emociones de la Universidad de California, campus San Francisco. “Es prometedora porque muestra que un cambio en el ambiente puede ayudar a las personas a largo plazo, de manera particular a quienes consumen grandes cantidades de bebidas azucaradas, y posiblemente incluso causar una reducción de su riesgo de sufrir un padecimiento cardiometabólico”.

En los últimos años, el vínculo entre el azúcar y la obesidad ha despertado una creciente atención entre los científicos. Las autoridades de salud afirman que los estadounidenses han engordado porque están consumiendo demasiadas calorías de todos los tipos que existen. Sin embargo, algunos expertos han señalado el papel del consumo de azúcar añadida, que se incrementó más del 30 por ciento entre 1977 y 2010.

Según la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard, las bebidas deportivas, los ponches de frutas, las gaseosas y otras bebidas azucaradas son la mayor fuente de calorías y azúcar añadida en la dieta estadounidense y un “gran contribuyente a la epidemia de obesidad”. Estudios exhaustivos han vinculado las bebidas azucaradas a un mayor riesgo de diabetes tipo dos, padecimientos cardiacos y muerte prematura.

Las prohibiciones a la venta de bebidas azucaradas han sido algo menos controversiales que los impuestos a los refrescos, que han tenido resultados mixtos. Un estudio en Berkeley, California, reveló que el consumo de bebidas azucaradas disminuyó y el del agua aumentó tres años después de que la ciudad implementó un impuesto a las gaseosas. Sin embargo, otro estudio reciente descubrió que no hubo una reducción significativa en la ingesta en Filadelfia y Oakland en respuesta a los impuestos a los refrescos en esos lugares. En Filadelfia, la ciudad más grande con un impuesto de ese tipo, el consumo de gaseosas en particular sí fue menor y los niños que eran grandes consumidores de bebidas azucaradas reportaron beber menos. No obstante, los residentes también indicaron que ahora compran más bebidas azucaradas en poblaciones cercanas que no tienen impuestos a los refrescos.

La Universidad de California, campus San Francisco, un centro de ciencias de la salud con más de 24.000 empleados, implementó su prohibición de venta en 2015. La universidad retiró todas las bebidas endulzadas con azúcar de las cafeterías, gastronetas y máquinas expendedoras en su campus e instaló más bebederos. Las cadenas de comida rápida que se encuentran en sus instalaciones, como Subway y Panda Express, también aceptaron dejar de vender ese tipo de bebidas. Se hizo una excepción con los jugos elaborados totalmente con frutas, los cuales contienen azúcares naturales, pero no tienen azúcar añadida.

La universidad no prohíbe que las personas lleven sus propias bebidas azucaradas al campus, pero solo encontrarán a la venta agua embotellada, bebidas dietéticas, tés sin endulzar y jugos totalmente hechos con frutas.

Para analizar el efecto de la prohibición de venta, los investigadores reclutaron a un grupo diverso de 214 empleados del campus y les dieron seguimiento: les tomaron muestras de sangre y midieron aspectos como su peso, su consumo de gaseosas y el tamaño de su cintura con regularidad. El estudio fue financiado por la Universidad de California, UCSF y varios grupos filantrópicos, incluidas la Fundación Robert Wood Johnson y la Fundación Laura y John Arnold, que ha dado dinero para respaldar los impuestos a las bebidas azucaradas.

Epel y sus colegas dividieron a los trabajadores en dos grupos. A uno se le asignó recibir una breve intervención motivacional modelada con base en intervenciones estándar por abuso de alcohol: se reunieron con un educador sanitario que les habló sobre los efectos del azúcar en la salud y les mostró cuánta estaban tomando a diario mediante el uso de terrones de azúcar en un vaso. El educador les ayudó a fijar metas y los llamó de vez en cuando para verificar su progreso. El segundo grupo de trabajadores fue el de control.

Después de diez meses, los empleados en ambos grupos disminuyeron su consumo de bebidas azucaradas de un litro a medio litro. Aunque no hubo cambio en su IMC, presentaron reducciones en dos mediciones de grasa abdominal, incluida su talla de cintura, que se contrajo un promedio de 2,1 centímetros. Epel dijo que esto se debía a que la ingesta de azúcar está fuertemente ligada a la grasa abdominal. “El tipo de grasa que almacenamos en el hígado y en el tejido abdominal es muy sensible al azúcar”, dijo.

El estudio descubrió que las personas con sobrepeso que fueron asignadas a las sesiones motivacionales lograron los cambios más significativos. Presentaron la disminución más grande en el consumo de bebidas azucaradas y mejoras más considerables en su salud metabólica.

Laura Schmidt, una profesora en la Facultad de Medicina de la Universidad de California, campus San Francisco, y autora principal del estudio, dijo que acabar con la venta de bebidas azucaradas en el lugar de trabajo podría ser un método sencillo para que los empleadores privados mejoren la salud de los trabajadores y bajen los costos de la atención médica. Señaló que al plan de cuidado de la salud de la Universidad de California le cuesta más de 5000 dólares anuales la cobertura de una persona con prediabetes en comparación con la de alguien que no la padece.

Schmidt dijo que esta política también era un cambio sencillo para el proveedor de bebidas de la universidad. En lugar de abastecer las tiendas y cafeterías del campus con Sprite y Coca-Cola, las surtía principalmente con agua embotellada y bebidas bajas en calorías o sin ellas.

“UCSF todavía tiene un contrato con Coca-Cola y todavía llegan el centro médico en su enorme camión rojo, pero ahora descargan agua en vez de Coca-Cola”, agregó.